"Volví a congelar los pedazos dejando que todo se reconstruyera libremente, de otra manera…" Olga Simón
Olga Simón no pertenece al grupo de los artistas que persiguen imágenes de visión rápida y fácil, sino al más reducido de los que se empeñan en recrear un ambiente, una atmósfera, una situación, una búsqueda, implicándose en ella y analizando los resultados. La exposición Jardín polar admite ser vista como un único relato, en el que cada imagen actúa a modo de frase o palabra, pero también como un conjunto de fotografías con aire de voces bajas, de susurros, de confesiones –drásticas o sensuales– tamizadas por usar el lenguaje de las imágenes, de la fotografía. En ambos casos, el espectador percibe estar frente a un paisaje, pero un paisaje onírico, en el que se mezclan la realidad y el sueño: un paisaje interior, con imágenes que dialogan, se complementan y nos interrogan, dando protagonismo y dimensión a lo no visible, al orden [y al aparente caos] interno de las cosas.
La propuesta es arriesgada: Olga Simón es consciente de haber tomado como motivo de reflexión una experiencia próxima, pero también de haber elegido el lenguaje del arte para presentarla, lo que le lleva a introducir cierta distancia, a enfriar el lado emocional, a medir la escala de cada imagen, el ritmo y la manera como las muestra al espectador. Como conjunto, transmite un misterioso y secreto fluir, una acción que se reitera, que avanza y retrocede, que estalla y se relaja, dejando a su paso una serie de imágenes que son pensamientos atrapados, sentimientos a punto de hacerse físicos, de cambiar de estado.
Desnudas de artificio, de densidad, convertidas en bloques de hielo, en imágenes encapsuladas, las emociones conforman un jardín polar, un puzzle que podemos reinventar en cada momento. Como un relato infinito: un recuerdo evocado en imágenes, convertido en paisaje misterioso, oculto, interior.
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Textos: Olga Simón y Miguel Fernández-Cid
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