“Edificaciones faraónicas que acorralan sin piedad a los antiguos barrios típicos. Exaltación de los logros capitalistas y marginación de los individuos que han ayudado a construirlos. Poder y abandono…”
Víctor Garrido
En su primer viaje a Shanghai, Víctor Garrido se planteó una serie de cuestiones que se fueron desarrollando y transformando en sucesivos viajes. Es ese otro viaje, el interior, el que puede intuirse en esta serie de fotografías. Al principio le llamaban la atención los impresionantes edificios, pero poco a poco fue descubriendo otra realidad menos deslumbrante y más humana. La reflexión se centró entonces en esta sutil falsificación de la mirada. Shanghai es hoy la ciudad más poblada de China, con casi veinte millones de habitantes, el doble que en 1980, lejos de aquel Shanghai seductor que se dio a conocer en películas como El embrujo de Shanghai (1941) o La dama de Shanghai (1948). En la década de los noventa la ciudad experimentó un espectacular crecimiento financiero y turístico que la ha convertido en motor económico de China. Hoy es conocida por su futurista urbanismo, sus rascacielos y su cultura cosmopolita. En la globalidad macroeconómica Shanghai es “la cabeza del dragón chino”.
La ciudad está viviendo una carrera hacia un capitalismo feroz en el que destaca el boom de la construcción. Se erigen edificios de altura, color y diseño muy parecido, con esquemas de repetición tremendamente pobres. Meros estereotipos del mismo aspecto que los existentes en otras ciudades. Se trata de un ambicioso programa que muestra una imagen ficticiamente triunfal, pero que implica que otro mundo esté quedando arrinconado. Existen personas para las que la vida en estas circunstancias no es fácil. Las casas tradicionales cada vez son más difíciles de ver, las formas de vestir, la gastronomía, los rituales habituales… todo va quedando desplazado y cada vez resulta más extraño en ese nuevo paisaje físico que conlleva también un nuevo paisaje mental. La ciudad tradicional retrocede a golpe de excavadora y se esconde entre callejones apartados. El mismo Víctor Garrido comenta: “los proyectos de infraestructuras que se levantan y se excavan han modelado un armazón de acero y han dejado las reliquias históricas fragmentadas y esparcidas. Hay momentos en los que la historia avanza tan deprisa que en una misma imagen pueden verse dos instantes distintos.”
En definitiva, se trata de una transformación que debe dejar constancia ante el resto del mundo del evidente resurgimiento de China entre las grandes potencias mundiales, pero que está dejando atrás cosas menos visibles, como lugares y habitantes que están perdiendo su identidad. Una esquizofrénica doble personalidad se refleja en una ciudad fascinante que es en realidad una escenografía por la que pululan personajes que desconocen su papel. Un mundo de soledades y contrastes que queda recogido en las imágenes que Víctor ha ido recopilando en los últimos meses. Una galería de retratos y espacios en los que se observa a hombres y entornos reducidos a una triste condición. Están aislados, solitarios al borde del abismo. Ellos son testimonio de un Shanghai inhóspito y sin ventilación, envueltos en una pretendida civilización que les niega el derecho a ser y que se dedica a vaciarlos de su propia esencia.
Cabe entonces preguntarse, ¿qué sentimiento tienen los shanghaianos de su propio pasado para destruirlo sin complejos? Puede que lo identifiquen con tiempos de pobreza y sufrimiento y resulte fácil imponerles nuevas ideas que se venden como progreso. Por eso observan sin protestar ese nuevo paisaje urbano que creen sinónimo de prosperidad. A través de él esperan emerger a un mayor nivel económico y a una cultura más digna. Es una sinuosa estrategia que procura que los conocedores del funcionamiento interno de una cultura olviden o duden de las reglas básicas que la hacen posible. Conseguido esto, la maquinaria no se detiene y alcanza su objetivo. El pueblo se va volviendo aún más manipulable de lo que era, ya que la nueva identidad se construye a partir de intrusiones que implican la pérdida de autonomía cultural propia. Todos los lugares tienen un punto flaco, una debilidad por la que penetra la globalidad, aquello que no es de ningún lugar.
Con este empobrecimiento de la diversidad todos salimos perdiendo, pero sobre todo la gente que habita estos lugares y que observa como se deshacen los elementos que cohesionaban su comunidad. Las ciudades contemporáneas son todas similares, como lo son los aeropuertos, el mobiliario urbano, los comercios o los restaurantes. Hoy domina en el mundo un movimiento consciente que converge hacia la uniformidad y niega la identidad. Una identidad que debe entenderse de forma dinámica, en continua transformación a lo largo del tiempo, pero no tan manipulable que los cambios resulten traumáticos. La renovación no puede basarse en una transmisión de valores que ignore el sustrato básico sobre el que se progresa.
El lugar que se habita se observa en sus habitantes, les pertenece y les imprime carácter. Si en lugar de aprovechar las posibilidades de cada sitio se opta por anularlos, se convertirán en lugares triviales, en los que nada más prime lo estético y decorativo. De este modo se eliminan los orígenes de unas personas que no son conscientes de la trampa económica que las explota, las convierte en mercancía y les niega la particular conexión que existe en cada lugar entre su espíritu y la materialidad que crean en su entorno.
Es lógico que los lugares cambien de identidad, que de modo borroso fluyan hacia otra cosa, pero no por ello deben llegar a convertirse en ningún sitio. Víctor Garrido nos traslada a esta situación en Shanghai, pero su mensaje sirve para cualquier otro lugar. Tratar de reducirlo todo a una sola forma de concebir la cultura es tanto como tratar de reducir al ser humano.
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Textos: Víctor Garrido y Antonio Alonso de la Torre García
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