Desde el 12 de septiembre y hasta el 22 de noviembre, la
Galería Ángel Romero acoge la muestra
Soliloquios de
Daniel Cerrejón.
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El proyecto Soliloquios plantea la crisis en la representación del hombre o la crisis del hombre por carecer de representación. Soliloquios trata de la ausencia como categoría estética. La ausencia como representación problemática, lejos de la representación tranquilizadora y codificada. Junto a otras categorías estéticas, como lo feo, lo siniestro o lo abyecto, que han planteado la crisis en la representación del hombre, la ausencia simboliza la carencia de referentes. La ausencia está íntimamente relacionada con el principio de actualidad que rige nuestro mundo. Por una parte la ausencia es consecuencia de una sociedad que antepone el valor de la novedad frente al significado que otorgan las culturas tradicionales. En este caso el principio de actualidad sería causa de la ausencia de sentido compartido que gobierna nuestra sociedad. Por otra parte el principio de actualidad en su vertiente consumista nos impide percibir lo más inmediato de la presencia del otro, diluyendo a cada persona en productos de consumo, la persona que no es productiva o está dispuesta a ser consumida como producto de mercado carece de significación confundiéndose en la ambigüedad o pasando a un estado de no visibilidad.
La ausencia planteada no tanto como lo que no está sino como aquello que carece de visibilidad o de elementos para codificarse. Los cuadros plantean la negación visual del mundo, lo que en pintura equivale en gran medida a una negación sensorial. Negación visual según los parámetros de la pintura, que en la actualidad carece de elementos para codificar la realidad. La pintura se hace eco de su imposibilidad de codificar el mundo actual, a no ser que el sentir general en nuestra sociedad del exceso sea de ausencia. Un posible sentimiento generalizado de ausencia.
Sin lugar a duda el mundo actual es codificado por el medio audio-visual, la irrupción del cine hablado y de la televisión hicieron conscientes a los nuevos espectadores del silencio en el que habían vivido hasta entonces, desde ese momento el grado de ruido que nos ha acompañado ha ido en aumento haciéndose necesario para evitar situaciones comprometidas, el silencio se ha vuelto subversivo al alterar el orden de las cosas, ahora mucho más ruidosas. En Soliloquios se plantea el silencio desde diferentes perspectivas: de un lado es indudable que se trata de cuadros y estos son silenciosos, aun así cada cuadro posee un grado de silencio propio. Se trata de cuadros de personas aisladas, desnudas, vistas de frente, desprovistas de cualquier justificación cultural y de visibilidad dudosa, son cuadros muy silenciosos. Por otro lado se contraponen dos actitudes algunos simulan actitudes “ruidosas” (risas o gestos discursivos) mientras que los otros se oponen con un gesto de quietud total. Todo esto se plantea con la intención de sumergir al espectador en el silencio de la pintura, de la pintura de ausencias.
El espectador se enfrenta a cada cuadro como si se tratara de un reflejo especular, cada cuadro representa una persona de tamaño real, se exponen apoyados en el suelo a la altura del espectador. De esta manera el espectador se enfrenta al cuadro identificándose con él como si se tratara de un reflejo propio, o el reflejo de otro semejante a él, el espectador consciente de que el otro reside en uno mismo. Identificación del espectador con la figura de ausencia tratando de desentrañar cómo es y por qué no se oye nada. En última instancia preguntándose quién es".
Texto de Daniel Cerrejón.
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