Desde hace unos meses Franz Ackermann ha tomado dos salas del DA2 (Salamanca) con la muestra Home, home again y 23 Ghosts. Es su primer desembarco individual en España y esperemos que no el último.
El alemán presenta en primicia 23 Ghosts (2007), una instalación realizada específicamente para la sala central del centro de arte donde el espectador queda atrapado. Queda atrapado metafóricamente en la enorme jaula central, pero también atrapado entre barcas y palmeras, entre billares y pinballs, entre montones de ropa y montones de revistas, entre luces y colores, atrapado en una atmósfera que alude al problema de los refugiados africanos que huyen a Europa como vía de escape, en busca de protección, en destartaladas pateras que compiten con lanchas motoras. Pero la contemporánea y artística manera de presentar la situación no oculta la verdadera realidad. La relación entre el primer y el tercer mundo en el sector turístico es un tema fundamental en el trabajo de Ackerman.
Por otro lado, Home, home again (2006), refleja de una manera simbólica el concepto de “hogar” en el siglo XXI. Como el simbolismo de la patria, de la llamada “casa materna” se ha tornado un concepto empolvado y difícil de definir. A día de hoy, las comunicaciones y los medios de transporte han facilitado en cierta manera el sentimiento de “sin patria”. ¿Cual es nuestro hogar?, ¿Quienes son nuestros vecinos?, ¿Porque tanta inmigración?, ¿A donde pertenecemos? Son cuestiones que circulan en ese ambiente creado por enormes cuadros con formas, con motivos, con semejanzas, con explosiones de color, con visiones apocalípticas, con edificios, con perspectivas forzadas, todo ello bajo el sello “Ackermann” y acompañándose de fotografías realizadas por él mismo.
Ackermann es uno de esos artistas que enseñan a fragmentar la mirada y a hacer imposible mirar el cuadro de un solo vistazo. Sus telas están invadidas de colores. Sus espacios están repletos de objetos. Sus exposiciones parecen inagotables, siempre descubres algo nuevo. Se podría decir que Ackermann es el Kandinsky del siglo XXI. Un renovador del lenguaje que se merecía, sin ninguna duda, una exposición así.
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